Friday, April 01, 2016

El río sin orillas


A continuación publicamos una serie de fragmentos del libro El río sin orillas del escritor argentino Juan José Saer. 




>          Las dos planicies de la pampa y el río no poseen en sí ningún encanto particular y, así como todos sus habitantes vienen de otra parte – si consideramos el término etimológicamente es un lugar que carece de aborígenes-, también la belleza que a veces las transfigura debemos atribuírsela no al lugar en sí sino a su cielo, a causa de su presencia constante, visible en la cúpula y en el horizonte circular. El hombre de la llanura está siempre en el interior de una semiesfera, en el centro exacto de la base, bajo la bóveda celeste que es como una pantalla en la que va apareciendo un espectáculo cambiante, abstracto, la luna, el sol, las estrellas y las nubes, hasta que algún capricho vagamente figurativo lo borronea, como la forma de una nube, un pájaro o una bandada de pájaros, cuya formación en ángulo se obstina sin embargo en perpetuar la abstracción.



>         Hay algo que nunca falta en la llanura, y es el horizonte. Los objetos voluminosos -las casas, los árboles, las casas flanqueadas por sus árboles- se elevan en el mismo plano horizontal, y cuanto más lejos están del ojo que las mira mayor impresión dan de ser chatas, sin volumen, apenas apoyadas en la superficie, más o menos evanescentes según los caprichos de la luz y la bruma. 




>          Lo singular de la llanura no es su horizonte infinito, sino su capacidad de perturbar, de muchas maneras, nuestras percepciones. La primera manera de hacerlo, viene del espacio vacío y desmedido que facilita la proliferación de lo idéntico. Ya hemos visto como en la llanura se pone en evidencia, más que en otros lugares, la tendencia serial y repetitiva del mundo, cómo en ciertos fragmentos del espacio hay lirios y sólo lirios, vacas y sólo vacas, dando la impresión de que todo, en la llanura, se agrupa en colonias. Lo mismo pasa con el espacio vacío, que se yuxtapone, sobre todo para el ojo del viajero, siempre igual a sí mismo, y como en apariencia nada cambia con el desplazamiento del ojo, la imaginación adiciona los fragmentos y crea la ilusión de infinitud.



>          Formada por los primeros plegamientos terrestres, la pampa es un enorme agujero, abierta como consecuencia de un derrumbe geológico, relleno de sedimentos, y, según se dice, su antigüedad es demostrada por el espesor de esos sedimentos, esencialmente limo y loes, que en ciertos lugares alcanzan seis mil metros de profundidad. Su configuración definitiva proviene de la era terciaria, en la que la irrupción de la Cordillera de los Andes, remodelando todo el territorio, hizo surgir las sierras al sur de Buenos Aires, onduló, para comodidad de tantos poetas, las cuchillas entrerrianas, y abrió las fallas que formaron el lecho del Paraná y del Uruguay.



>          Estas colonias vegetales, animales o habitacionales, por otra parte, esta alternancia de lo lleno y de lo vacío, contra el fondo gris o verde del suelo, según la estación, acentúan el carácter abstracto de la llanura, ya que hacen resaltar la organización serial del mundo, desterrando toda idea de proliferación irracional y de exuberancia. Bajo el cielo pálido de ciertas mañanas de primavera, entre extensiones interminables de campo vacío, las alfombras circunscritas de verbenas o de lirios salvajes , que no hilan ni trabajan, o los pueblos distribuidos en manzanas, divididos en dos por las vías paralelas del ferrocarril, sin contar los caminos inacabables en los que durante decenas de kilómetros no hay una sola curva, acentúan todavía más ese carácter abstracto y geométrico de la llanura. La exuberancia, cuando se manifiesta, viene de la densidad del agrupamiento, de la repetición indefinida de lo semejante…



>          Estos puertos inactivos tienen un encanto suplementario que les viene del hecho de estar intactos a pesar de su abandono. El agua turbia y lisa de los diques tiene una apariencia aceitosa; las grúas oxidadas que se levantan cerca del borde, en posiciones diferentes, parecen haber interrumpido de modo brusco su actividad y haber quedado inmóviles en medio de una maniobra; las vías férreas por las que en otras épocas llegaban los vagones cargados de cereales están recubiertas por el pasto; los grandes tanques de combustible, así como  el metal de alguna vagoneta olvidada, corroídos por la intemperie; los galpones, enormes, abiertos y vacíos, invadidos cerca del techo por arbustos que crecen entre los ladrillos, no almacenan más que masas densas de penumbra en los rincones en los que antes se acumulaban las mercancías; una pila de grandes caños de cemento le da un aire de extrañeza al espacio que los rodea, cubierto de latas de conserva semienterradas, de cartones deshechos por la lluvia, de excrementos humanos y animales resecos, últimos vestigios de un pasado fosilizado. Toda esa tecnología arcaica a la espera de una improbable segunda oportunidad, supone un anacronismo industrial y económico, pero en cambio, por haberse desembarazado del prejuicio de utilidad y por haber empezado a empastarse otra vez en la naturaleza y a confundirse con ella, ha terminado por ganar su autonomía estética.







1 comment:

lebebi said...

Ya hemos visto como en la llanura se pone en evidencia, más que en otros lugares, la tendencia serial y repetitiva del mundo, cómo en ciertos fragmentos del espacio hay lirios y sólo lirios, vacas y sólo vacas, dando la impresión de que todo, en la llanura, se agrupa en colonias.