A continuación publicamos una serie de fragmentos del libro El río sin orillas del escritor argentino Juan José Saer.
> Las
dos planicies de la pampa y el río no poseen en sí ningún encanto
particular y, así como todos sus habitantes vienen de otra parte – si
consideramos el término etimológicamente es un lugar que carece de aborígenes-,
también la belleza que a veces las transfigura debemos atribuírsela no al lugar
en sí sino a su cielo, a causa de su presencia constante, visible en la cúpula
y en el horizonte circular. El hombre de la llanura está siempre en el interior
de una semiesfera, en el centro
exacto de la base, bajo la bóveda celeste que es como una pantalla en la que va
apareciendo un espectáculo cambiante, abstracto, la luna, el sol, las estrellas
y las nubes, hasta que algún capricho vagamente figurativo lo borronea, como la
forma de una nube, un pájaro o una bandada de pájaros, cuya formación en ángulo
se obstina sin embargo en perpetuar la abstracción.
> Hay algo que nunca falta en la llanura, y es el horizonte. Los objetos voluminosos -las casas, los árboles, las casas flanqueadas por sus árboles- se elevan en el mismo plano horizontal, y cuanto más lejos están del ojo que las mira mayor impresión dan de ser chatas, sin volumen, apenas apoyadas en la superficie, más o menos evanescentes según los caprichos de la luz y la bruma.
> Lo singular de la llanura no es su horizonte infinito,
sino su capacidad de perturbar, de muchas maneras, nuestras percepciones. La
primera manera de hacerlo, viene del espacio vacío y desmedido que facilita la
proliferación de lo idéntico. Ya hemos visto como en la llanura se pone en
evidencia, más que en otros lugares, la tendencia serial y repetitiva del
mundo, cómo en ciertos fragmentos del espacio hay lirios y sólo lirios, vacas y
sólo vacas, dando la impresión de que todo, en la llanura, se agrupa en
colonias. Lo mismo pasa con el espacio vacío, que se yuxtapone, sobre todo para
el ojo del viajero, siempre igual a sí mismo, y como en apariencia nada cambia
con el desplazamiento del ojo, la imaginación adiciona los fragmentos y crea la
ilusión de infinitud.
> Formada por los primeros plegamientos terrestres, la pampa
es un enorme agujero, abierta como consecuencia de un derrumbe geológico,
relleno de sedimentos, y, según se dice, su antigüedad es demostrada por el
espesor de esos sedimentos, esencialmente limo y loes, que en ciertos lugares
alcanzan seis mil metros de profundidad. Su configuración definitiva proviene
de la era terciaria, en la que la irrupción de la Cordillera de los Andes,
remodelando todo el territorio, hizo surgir las sierras al sur de Buenos Aires,
onduló, para comodidad de tantos poetas, las cuchillas entrerrianas, y abrió
las fallas que formaron el lecho del Paraná y del Uruguay.
> Estas colonias vegetales, animales o habitacionales, por
otra parte, esta alternancia de lo lleno y de lo vacío, contra el fondo gris o
verde del suelo, según la estación, acentúan el carácter abstracto de la
llanura, ya que hacen resaltar la organización serial del mundo, desterrando
toda idea de proliferación irracional y de exuberancia. Bajo el cielo pálido de
ciertas mañanas de primavera, entre extensiones interminables de campo vacío,
las alfombras circunscritas de verbenas o de lirios salvajes , que no hilan ni
trabajan, o los pueblos distribuidos en manzanas, divididos en dos por las vías
paralelas del ferrocarril, sin contar los caminos inacabables en los que
durante decenas de kilómetros no hay una sola curva, acentúan todavía más ese
carácter abstracto y geométrico de la llanura. La exuberancia, cuando se
manifiesta, viene de la densidad del agrupamiento, de la repetición indefinida
de lo semejante…
> Estos puertos inactivos tienen un encanto suplementario que
les viene del hecho de estar intactos a pesar de su abandono. El agua turbia y
lisa de los diques tiene una apariencia aceitosa; las grúas oxidadas que se
levantan cerca del borde, en posiciones diferentes, parecen haber interrumpido
de modo brusco su actividad y haber quedado inmóviles en medio de una maniobra;
las vías férreas por las que en otras épocas llegaban los vagones cargados de
cereales están recubiertas por el pasto; los grandes tanques de combustible,
así como el metal de alguna vagoneta
olvidada, corroídos por la intemperie; los galpones, enormes, abiertos y
vacíos, invadidos cerca del techo por arbustos que crecen entre los ladrillos,
no almacenan más que masas densas de penumbra en los rincones en los que antes
se acumulaban las mercancías; una pila de grandes caños de cemento le da un
aire de extrañeza al espacio que los rodea, cubierto de latas de conserva
semienterradas, de cartones deshechos por la lluvia, de excrementos humanos y
animales resecos, últimos vestigios de un pasado fosilizado. Toda esa
tecnología arcaica a la espera de una improbable segunda oportunidad, supone un
anacronismo industrial y económico, pero en cambio, por haberse desembarazado
del prejuicio de utilidad y por haber empezado a empastarse otra vez en la
naturaleza y a confundirse con ella, ha terminado por ganar su autonomía
estética.
1 comment:
Ya hemos visto como en la llanura se pone en evidencia, más que en otros lugares, la tendencia serial y repetitiva del mundo, cómo en ciertos fragmentos del espacio hay lirios y sólo lirios, vacas y sólo vacas, dando la impresión de que todo, en la llanura, se agrupa en colonias.
Post a Comment