Breve relato de su evolución:
Hace unas tres décadas el edificio para una bodega era simplemente una nave industrial donde se producía vino.
Las características edilicias eran muy simples, un gran galpón bajo cuya protección se construían sendas piletas de hormigón armado, en su mayoría de gran volumen, desde 80.000lts en adelante.
En todos los casos la techumbre era a dos aguas, de chapa con cielorraso de caña y el crecimiento del complejo industrial se daba por simple adosamiento lateral de estas naves.
En el subsuelo, se ubicaba una sala de barricas generalmente de reducidas dimensiones.
Esta propuesta arquitectónica era fiel a la concepción del vino como un producto industrial donde primaba la cantidad (eran habituales las bodegas de 4 y 5 millones de litros) por sobre la calidad.
Cómo me contara un viejo e irónico poblador de Lunlunta, descreído de la vida que lo había postrado en sus últimos años en una silla de ruedas; "Le juro arquitecto que Yo mismo he visto con mis propios ojos como en esos tiempos y en caso de extrema urgencia los bodegueros hasta usaban uva para hacer los vinos..." Bromas aparte, es muy sugestivo comprender los relevantes cambios que, en tan poco tiempo, se han gestado en la concepción del edificio bodeguero.
Los mismos están estrechamente ligados naturalmente a la nueva visión del vino como expresión cultural.
Básicamente podríamos decir que la bodega pasó de ser
La fábrica del vino donde se industrializa un producto
a.....................la casa del vino donde se crían los caldos.
La irrupción en el mercado internacional del creciente Enoturismo ha doblado la apuesta en tanto la bodega deja de ser una mera fábrica que se puede visitar para convertirse en la casa, el recinto mágico donde se crían en cuidado reposo las criaturas que en su justo momento darán a luz inolvidables experiencias a nuestros sentidos.
Los turistas se convierten entonces en visitantes de la casa y por consiguiente el compromiso que le asiste al anfitrión es superlativo. Así como cada botella es atendida con especial esmero cada visitante es único e irrepetible.
Recuerdo que Adriano Senetiner nos invitó a comer en su quincho de la finca de Viniterra y a los postres nos invitó a elegir un cosecha tardía de su cava personal. Allí las botellas descansaban, una a una, en cama de arena blanca, él las tomaba con mucha delicadeza en sus manos y nos ofrecía las alternativas mientras su voz se tornaba suave aclarando…. "no la despierten".
Le pregunté el porqúe de la arena y me dijo que estaba traída de las costas marinas de la aldea italina de donde eran sus padres y que imaginaba para sus vinos la misma sensación de maravilloso reposo que tenía cuando de niño y después de nadar en el mar se echaba sobre esa mullida cuna natural.
Marcelo
continuará
No comments:
Post a Comment