..."¡Qué afán de complicar y dificultar las cosas! – me decía usted-. No, señor, no; no es eso. No es sino el deseo de presentarlas tales como son o, por lo menos, tales como yo las veo y comprendo. Y, además, no he de negárselo, la necesidad de reaccionar en contra de una pedagogía perniciosa que se empeña en simplificarlas y facilitarlas indebidamente.
Hay que andar, en efecto, con mucho cuidado en eso de poner las cosas mas simples y más fáciles de lo que son. La mejor explicación no es la más fácil, sino la que mejor explica: es decir, la que de veras explica.
Los escolásticos tenían un aforismo que decía que no hay que multiplicar los entes sin necesidad –entia non sunt multiplicanda praeter nesessitatem-; pero no es tan fácil juzgar de esta necesidad, una necesidad lógica, claro está. Y a la larga resulta que para la persona docta las explicaciones al parecer mas complicadas y difíciles son las más simples y más fáciles.
Cuando usted oiga a algún maestro exclamar: “¡Esto es muy sencillo!”, desconfíe de lo que va a decir. El afán de simplificar las cosas suele llevar a deformarlas.
Los escolásticos tenían un aforismo que decía que no hay que multiplicar los entes sin necesidad –entia non sunt multiplicanda praeter nesessitatem-; pero no es tan fácil juzgar de esta necesidad, una necesidad lógica, claro está. Y a la larga resulta que para la persona docta las explicaciones al parecer mas complicadas y difíciles son las más simples y más fáciles.
Cuando usted oiga a algún maestro exclamar: “¡Esto es muy sencillo!”, desconfíe de lo que va a decir. El afán de simplificar las cosas suele llevar a deformarlas.
Hay que proceder, no de lo más fácil a lo más difícil, sino de lo más conocido a lo menos conocido, y no suele siempre ser lo más conocido lo más fácil, si se pone uno a ahondarlo....
Ni simplificar, pues, y facilitar las cosas fuera de la verdad, ni menos engañar a nadie. Y uno de los más sutiles medios de no engañar es calzarse las verdaderas dificultades, las hondas inquietudes, las irreductibles zozobras del espíritu. Y si usted quiere que reduzca esto a una fórmula lo reduciré, diciéndole que lo que sobre todo hay que decir es lo que dicen que no debe decirse: “lo infando”.Lo infando, sí, señor mío, lo que no debe decirse; eso es lo que hay que decir. Hay que espiar las ocasiones de sacar a relucir aquellas reflexiones que dicen es de mala educación o de mal tono sacarlas en sociedad"...
Miguel de Unamuno - Madrid- novuembre 1913.
Federico
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